Alharaca
lunes, 13 de abril de 2015
De Lucas y yo.
Accidentalmente toqué mi cabeza y me di cuenta que todo el tiempo estuve sangrando. En mis manos manchadas se posó un insecto que espanté de un soplido. Apoyé mis manos de nuevo en el pasto y de un solo tirón arranqué de raíz lo que alcancé a abarcar. Lo supe: una parte de mí era ese insecto que ahora volaba contra su voluntad hacia un lugar desconocido. Y el pasto arrancado eran mis propios pensamientos que volaban como aquél bicho. Me desintegraba, me deshacía en fragmentos.
jueves, 9 de abril de 2015
Joven
Expertos en ver el mundo con ojos desorbitados,
aprendiendo de enseñanzas desenfocadas.
Vagabundos sucios y perezosos
en busca de un buen callejón donde nadie los moleste,
como dice la sabiduría popular: de tal vagabundo tal callejón.
Joven, dime que tan sucio andas y te diré qué tan vagabundo eres.
Joven, al mal sucio un buen callejón.
No tapas el dentífrico
No te pones talcos
No hay tiempo, joven.
Bailas y te emborrachas sin atarte los zapatos.
Tus decisiones son tirar al blanco en medio del smog.
No sabes si aciertas o fallas.
Recuerda, el tiempo pasa.
Encuentras buenos días mientras vagas
pero los repites hasta gastarlos.
Las hojas del otoño que arrastra el viento las percibes como ratas.
Caminas entre los vertiginosos ríos de gente con un lápiz y un cuaderno en las manos.
Hoy viste un hombre limpiándole el culito a su hijo frente al monumento,
¿Que quiere decir eso? Posiblemente nada, son las cosas que suceden en los días.
Ante la necesidad no se respeta nada.
Vuelves a casa.
Te estampas contra tu sombra en la cama destendida.
Vives en días con final abierto.
aprendiendo de enseñanzas desenfocadas.
Vagabundos sucios y perezosos
en busca de un buen callejón donde nadie los moleste,
como dice la sabiduría popular: de tal vagabundo tal callejón.
Joven, dime que tan sucio andas y te diré qué tan vagabundo eres.
Joven, al mal sucio un buen callejón.
No tapas el dentífrico
No te pones talcos
No hay tiempo, joven.
Bailas y te emborrachas sin atarte los zapatos.
Tus decisiones son tirar al blanco en medio del smog.
No sabes si aciertas o fallas.
Recuerda, el tiempo pasa.
Encuentras buenos días mientras vagas
pero los repites hasta gastarlos.
Las hojas del otoño que arrastra el viento las percibes como ratas.
Caminas entre los vertiginosos ríos de gente con un lápiz y un cuaderno en las manos.
Hoy viste un hombre limpiándole el culito a su hijo frente al monumento,
¿Que quiere decir eso? Posiblemente nada, son las cosas que suceden en los días.
Ante la necesidad no se respeta nada.
Vuelves a casa.
Te estampas contra tu sombra en la cama destendida.
Vives en días con final abierto.
jueves, 2 de abril de 2015
martes, 31 de marzo de 2015
El nuevo motivo de diversión de los cordobeses: el Centro Cultural Córdoba.
El domingo pasado volvíamos con María del Parque Sarmiento por la Av. Poeta Lugones, adonde habíamos ido a tomar mates con galletas, cuando nos encontramos con el nuevo motivo de diversión de los cordobeses: el Centro Cultural Córdoba.
El
Centro Cultural Córdoba es un edificio con “casi
15 mil metros cuadrados cubiertos de construcción muy novedosa, de
una arquitectura ultra moderna”
que se inauguró el año pasado en la Ciudad de Córdoba con el fin
de “proporcionar
una gran cantidad de oferta cultural del máximo nivel como no hay en
ninguna otra ciudad del interior de la Argentina, que va a permitir
la utilización de espacios culturales para la música, la pintura,
la escultura, el teatro y el cine.” Además del “importante
Archivo Histórico provincial donde se guardan todos los documentos
de Córdoba desde la época de la colonia...”, según
De La Sota, actual gobernador de la provincia y responsable de dicha
construcción.
Y
aunque queda claro que seguramente hay gente (Quiero pensar que aún
hay gente interesada en la cultura, porque no he visto visitantes, ni
vi en el momento que pasé con María, mas que la recepcionista y
algunos guardias, adentro del nuevo espacio; cosa que puede suceder
por casualidad o por que yo no me he enterado de los eventos que se
llevan a cabo) que se divierte con la música, la pintura, la
escultura, el teatro y el cine, además de leer arcaicos libros de
historia, no parece ser que esos sean los principales atractivos de
este singular edificio.
El
recibimiento del moderno y futurista edificio, como lo denominan, ha
sido muy polémico. Mucha gente lo critica. Inclusive María y yo,
mientras caminábamos de vuelta a su casa, decíamos que era mucho
cemento al pedo, feo y que lo único que hacía era contribuir al efecto
invernadero, pues mientras caminábamos sentíamos el calor que
emanaba de la pared que había recibido el sol toda la tarde; hay
mucha gente que se queja también de lo inútil que es el Faro, que
está en el mismo predio, en una ciudad sin mar; hasta le hacen
burla, por su semejanza, manifestando que es el monumento al Faso, y
los más pervertidos, que es el monumento al Falo. Pero eso es otra cosa que debe contarse en otro momento.
Con
María debatíamos todo esto como serios y buenos intelectuales que
todo lo critican y refutan, cuando, sin darnos cuenta, nos quedamos
con la boca abierta ante la inesperada escena que sucedía en la
parte superior del exterior del Centro de Cultura de Córdoba; en el techo. No, no
era ni un concierto de música de cámara, ni una exposición de arte
al aire libre, ni un escultor tallando un ángel en piedra, tampoco
era una obra de teatro surrealista o una película a blanco y negro
bajo las estrellas y mucho menos un ejército de investigadores
sentados en las escalinatas esculcando entre las páginas
antiquísimas de la historia de la provincia.
En cambio, como es
costumbre ver los domingo, estaba plagado de familias tomando mate,
conversando y riendo, mejor dicho, disfrutando del día libre y sobre
todo, divirtiéndose con el nuevo atractivo de la ciudad: lanzarse y
deslizarse con un cartón bajo las nalgas por la pendiente de cemento
del techo del Centro Cultural Córdoba.
Se
lanzaban niños, padres que les rogaban a sus hijos que era su turno;
se lanzaban parejas y se lanzaban varios en “trencito”. Todos
bajaban a toda velocidad por el lomo del edificio y gritaban como si
fueran en una montaña rusa, pero con el ingrediente de que era
gratuito. Si llegaban abajo sin volcarse, toda la gente aplaudía. María
dijo: “esto va a fundir al parque de diversiones”.
Nos
quedamos hipnotizados con el espectáculo un tiempo incalculable. Por
nuestro lado pasaba gente trotando que paraba su marcha de a poco
hasta quedar anclados con el suceso singular y novedoso, al igual que
unos extranjeros que hablaban (por eso supe que eran extranjeros)
impresionados. Eramos muchos lo curiosos que conformábamos el
público espectador. La verdad era que... ¡Nosotros también
queríamos deslizarnos por la pendiente!. Todos queríamos dejar caer
nuestra edad hasta llegar a nuestra niñez y revolcarnos en el piso
con la caída, como sucedía con muchos de los que envidiábamos;
hasta vi que uno de los pilotos perdía el control de su nave de
cartón e iba directo hacia un policía que por fortuna lo esquivó.
Y esa era una de las cosas que más emocionaba a la gente: el
peligro, el posible choque y derribo de los que estaban abajo, como
si fuera una juego de bolos. Y tal vez, esta llegue a ser una de las
razones por las que tomen reprimendas y prohíban hacerlo, aunque les
va a costar mucho acabar con la inconsciente diversión sin caer
presa de ella.
Ya
en la casa con María, recostados en el sofá, me empecé a imaginar a
De La Sota dando el discurso de inauguración y se me hizo un nudo en
la garganta. Pobre hombre, lo veo sudando frío, temblando,
mordiéndose los labios mientras dice “novedosa construcción”
frente a un montón de micrófonos y cámaras, cercado por su séquito
de colegas políticos, impotente por no poder salir corriendo a la
caneca de basura, agarrar un pedazo de cartón y subir corriendo por
las escaleras del ala derecha de la “novedosa
construcción”, con una sonrisa de verdad, sincera, espontanea y no
de discurso, poniendo el cartón bajo su cola y deslizándose por la
bajada, sintiendo el aire que despeina sus canas, su corbata revoloteando, con los brazos
arriba, como un niño en el parque, gritando: “¡Culiaoooooo, esto
no es un espacio para la culturaaaaa! ¡Esto un tobogaaaan!. Y al
final del vertiginoso trayecto perdiendo el equilibrio, empolvando todo su traje, mientras se revuelca por las escalinatas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)